Hay libros a los que le pasa como muchas personas que se te cruzan en la vida. De primeras no entran, y necesitan, mínimo, una segunda oportunidad. Tal vez nunca es el momento de los encuentros, y sobre el tapete el as del desencuentro gana la partida, pero no del todo. Recuerdo, por indicación y sublevación intelectual, a unos recien conocidos hace la friolera de diecinueve años. Uno de ellos es ahora mi cuñado. Otros parientes o amigos. Todos andaban enfrascados en la lectura y discusión apasionada de una novela: El Jinete Polaco.
Las personas solemos influenciarnos sobre todo por lo que tenemos mas a mano. Las malas compañías te llevan a tugurios, pozos o esquinas de placer sin mayores consecuencias salvo que al final sigue campando la oscuridad en el camino. Las buenas compañias también te pueden llevar a esos sitios, pero además son árboles frutales que asombran, iluminan, y te ofrecen la posibilidad del bocado virgen, o el aprendizaje del placer por el detalle o el volumen, que en forma de libro, música, conversación, discusión, astronomía razonable o sexo amplía tu escueta visión del mundo. Bajo el cobijo y el buen empape de moya de pan en aceite virgen, pesa en tu balance interno esa sombra y arboleda: algo simple y a la vez tan complejo al paladar como la tradición que esos dos productos atesoran y que no te la da el título oficial, la licenciatura, el jefe o el contrato basura de tu trabajo. A la segunda intentona fue la vencida, y aquel voluminoso "tocho" con nombre de cuadro resonaba, se digería y resucitaba los sonidos al final de The Doors en el título de un capítulo, con un Jim Morrison, jinete siempre en la tormenta, eterno, y las teclas del recientemente fallecido Ray Manzarek en cada palabra trenzada, en cada página que un amor, un retratista llamado Ramiro, un policía que escribía versos como poeta maldito en el zulo del tedio, o unos padres instalados para siempre en la dignidad, pero también en la miseria o la ignorancia podían destilar.
Recuerdo lejana la lectura de aquella novela, tendrá algún día su tercera oportunidad, la definitiva. En la segunda he de reconocer que aún sus primeras cien páginas algo se me atragantaron. Con posterioridad he leido otras obras de Antonio, de Muñoz Molina, no muchas, pero que me han gustado: El invierno en Lisboa, Plenilunio, Todo lo que era sólido...; y lo he seguido con cierta asiduidad los sábados del Babelia en El País. Es curioso como su presencia ha estado vinculada en minúsculos detalles a mi familia. Mi primer disco tiene una cita suya. Mi hermana asistió en el instituto a una conferencia de él, recién publicado Beatus Ille hace un cuarto de siglo, y posee su ejemplar firmado. Mi mujer lo conoció en el Instituto Cervantes de Nueva York, hay foto del momento, y mi cuñado, uno de aquellos tres jinetes que tras la tormenta me transmitieron su pasión, escribió su tesis doctoral sobre él, lo conoció y entrevistó en su casa. ¡Como para perderle la pista a las huellas a este tocayo ilustre!
ANTONIO ÁLVAREZ
Dedicado a Jaime, Juan Fran y Cristóbal.
Canción: Riders on the storm- The Doors.