Leyendo la prensa me topo con la noticia de que ha fallecido Robin Gibb, miembro de los Bee Gees. Durante unos años, ellos fueron los reyes de la pista, casualidad que Robin nos haya dejado tres días después de Donna Summer. Las discotecas, aquellas míticas de los setenta y ochenta en las que se escuchaba aún música de calidad, y no el actual chimpum chimpum, tachán tachán por efectos del maléfico bakalao y la música electrónica, están apagadas, a media luz, sin funky, danza eléctrica ni riff de bajo marcando corazones y pies. El día se queda sin sábado, sin fiebre y sin noche.
Nunca he sido discotequero, no me ha ido mucho lo de bailar en pista. De hecho ante el fallecimiento de Robin, mi mente echa hacia atrás y mis Bee Gees no tienen mucho que ver con los archiconocidos de voz en falsete y pantalones de pata de elefante, ni con las bolas que como campanas a medianoche rebotaban sonidos y luminaria en plena explosión light show del Travolta de turno... Me remonto tiempos de infancia tardía, a películas de sábado por la tarde en la primera de televisión española, cuando solo había dos cadenas, incluso en algunos sitios una. Y recuerdo una historia de dos niños, preadolescentes, de aquel primer amor inocente con canciones de los de los hermanos Gibb con un regusto a Beatles, a Swinging London. No recordaba el nombre de la película, y gracias a esta magia de internet, buceo y me topo con Melody... Recordaba la cara del niño protagonista que tocaba el violonchelo, por otras películas, no la de ella. Se me han saltado las lágrimas. Mis años habían borrado su rostro. La veo y me veo un sábado en el vendaval del tiempo, de pan y carne de membrillo, cuando todo en la vida está por delante, cuando hasta el amor era una sonrisa cómplice nada mas...
A la vez que leía lo de Robin Gibb, en mis manos tenía el pregón de la fiesta de mi pueblo, todo un acierto de la comisión de festejos haber llamado a una persona del bagaje personal, científico, médico y cultural de Carmelo Salinas, sabias y emocionadas sus palabras para con su pueblo y su gente, que en un momento determinado inciden en algo tan demoledor como que después de la salud, no hay nada tan valioso para el ser humano como el tiempo. Es curioso cómo asociamos algo tan etéreo como la música a nuestro tiempo, a ese que pasó virgen por nuestra vida y ya nunca más volveremos a pisar.
ANTONIO ÁLVAREZ
Canción:
To love somebody (Bee Gees)
Película: Melody (1971)